sábado, 22 de octubre de 2011

EL ARTE DE BENDECIR

Hace unos días llegó a mis manos el libro de Pierre Pradervand "El arte de bendecir". Su lectura me está emocionando, pues con gran sencillez y unas palabras cálidas, el autor te acerca a  la comprensión de una espiritualidad vivida día a día.

Comparto con vosotros un fragmento del libro. Se trata de un texto que escribió Pierre espontaneamente, invadido de una gran inspiración, mientras preparaba una conferencia sobre el tema "Sanar el mundo".

Espero que os guste y entre todos lo podamos hacer llegar a todos los rincones del mundo, a modo de bendición.

¡SED BENDECIDOS!


El simple arte de bendecir
Al despertar, bendecid vuestra jornada, porque está ya desbordando de una abundancia de bienes que vuestras bendiciones harán aparecer. Porque bendecir significa reconocer el bien infinito que forma parte integrante de la trama misma del universo. Ese bien lo único que espera es una señal universal vuestra para poder manifestarse.
Al cruzaros con la gente por la calle, en el autobús, en vuestro lugar de trabajo, bendecid a todos. La paz de vuestra bendición será la compañera de su camino, y el aura de su discreto perfume será una luz en su itinerario. Bendecid a los que os encontréis, derramad la bendición sobre su salud, su trabajo, su alegría, su relación con Dios, con ellos mismos y con los demás. Bendecidlos en sus bienes y en sus recursos. Bendecidlos de todas las formas imaginables, porque esas bendiciones no sólo esparcen las semillas de la curación, sino que algún día brotarán como otras tantas flores de gozo en los espacios áridos de vuestra propia vida.
Mientras paseáis, bendecid vuestra aldea o vuestra ciudad, bendecid a los que gobiernan y a sus educadores, a sus enfermeras y a sus barrenderos, a sus sacerdotes y a sus prostitutas. En cuanto alguien os muestre la menor agresividad, cólera o falta de bondad, responded con una bendición silenciosa. Bendecidlos totalmente, sinceramente, gozosamente, porque esas bendiciones son un escudo que los protege de la ignorancia de sus maldades, y cambia de rumbo la flecha que os han disparado.
Bendecir significa desear y querer incondicionalmente, totalmente y sin reserva alguna el bien ilimitado –para los demás y para los acontecimientos de la vida-, haciéndolo aflorar de las fuentes más profundas y más íntimas de vuestro ser. Esto significa venerar y considerar con total admiración lo que es siempre un don del Creador, sean cuales fueren las apariencias. Quien sea afectado por vuestra bendición es un ser privilegiado, consagrado, entero. Bendecir significa invocar la protección divina sobre alguien o sobre algo, pensar en él con profundo reconocimiento, evocarle con gratitud. Significa además llamar a la felicidad para que venga sobre él, dado que nosotros no somos nunca una fuente de la bendición, sino simplemente los testigos gozosos de la abundancia de la vida.
Bendecirlo todo, bendecir a todos, sin discriminación alguna, es la forma suprema del don, porque aquellos a los que bendecís nunca sabrán de dónde vino aquel rayo de sol que rasgó de pronto las nubes de su cielo, y vosotros raras veces seréis testigos de esa luz que ha iluminado su vida.
Cuando en vuestra jornada surja algún suceso inesperado que os desconcierte y eche por tierra vuestros planes, explotad en bendiciones, porque entonces la vida está a punto de enseñaros una lección, aunque su copa pueda pareceros amarga. Porque ese acontecimiento que creéis tan indeseable, de hecho lo habéis suscitado vosotros mismos para aprender la lección que se os escaparía si vacilaseis a la hora de bendecirlo. Las pruebas son otras tantas bendiciones ocultas. Y legiones de ángeles siguen sus huellas.
Bendecir significa reconocer una belleza omnipresente, oculta a los ojos materiales. Es activar la ley universal de la atracción que, desde el fondo del universo, traerá a vuestra vida exactamente lo que necesitáis en el momento presente para crecer, avanzar y llenar la copa de vuestro gozo.
Cuando paséis por delante de una cárcel, derramad la bendición sobre sus habitantes, sobre su inocencia y su libertad, sobre su bondad, sobre la pureza de su esencia íntima, sobre su perdón incondicional. Porque sólo se puede ser prisionero de la imagen que uno tiene de sí mismo, y un hombre libre puede andar sin cadenas por el patio de una prisión, lo mismo que los ciudadanos de un país libre pueden ser reclusos cuando el miedo se acurruca en su pensamiento.
Cuando paséis por delante de un hospital, bendecid a sus pacientes, derramad la bendición sobre la plenitud de su salud, porque incluso en su sufrimiento y en su enfermedad, esa plenitud está aguardando simplemente a ser descubierta. Y cuando veáis a alguien que sufre y llora o que da muestras de sentirse destrozado por la vida, bendecidlo en su vitalidad y en su gozo: porque los sentidos sólo presentan el revés del esplendor y de la perfección últimas que sólo el ojo interior puede percibir.
Es imposible bendecir y juzgar al mismo tiempo. Mantened en vosotros, por tanto, ese deseo de bendecir como una incesante resonancia interior y como una perpetua plegaria silenciosa, porque de este modo seréis de esas personas que son artesanos de la paz, y un día descubriréis por todas partes el rostro mismo de Dios.
Posdata: y por encima de todo, no os olvidéis de bendecir a esa persona maravillosa, absolutamente bella en su verdadera naturaleza y tan digna de amor, que sois vosotros mismos.



viernes, 14 de octubre de 2011

AGRADECER Y CELEBRAR


¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS!
Hoy es un día de gozo, alegría e ilusión. Hoy es un día de celebración y lo quiero compartir con todos vosotros.
Me siento tan feliz… Mi ser vibra al son de todas las cosas bonitas que me están pasando, ¡qué grandes regalos me ofrece la vida!
Para llegar a esta nueva etapa, han sido precisos años de desierto, aprendiendo de la enfermedad y las pérdidas. Pero también ha sido un tiempo de descubrimiento y encuentro conmigo misma. Poco a poco he ido sanando las heridas de mi alma y ahora estoy volviendo a nacer.
He necesitado convivir con el dolor, la negación, la tristeza… para poder abrirme al placer, la positividad, la alegría… He tenido que tomar decisiones importantes, soltar lastre y hacer actos de fe.
Sólo cuando por fin he dicho SÍ A LA VIDA, cuando HE CREÍDO EN MÍ, en mi proyecto personal y profesional, ha sucedido el milagro. Me alegro mucho de haber plantado estas semillas, con la plena convicción de que merecían crecer y dar fruto, para ofrecerlas al mundo. Y me siento orgullosa por todos aquellos que habéis creído en mí y me habéis apoyado.
Esas semillas son hoy preciosas obras con forma de personas, trabajos, proyectos, palabras, pensamientos… Son amor puro que se expande para tocar a toda la humanidad.
Por todo ello doy gracias y te invito a que lo celebres conmigo, porque TODOS SOMOS UNO. ¡Alégrate, sé feliz! y aprovecha para celebrar tú también la belleza de tu ser y de tus creaciones.

viernes, 7 de octubre de 2011

ENTENDER Y ACEPTAR A NUESTROS PADRES


Recuerdo un anuncio de la tele en el que salía una niña que decía: “mi papá me lo arregla todo, todo y todo”. Al igual que ella, en nuestra infancia creemos que nuestros padres son todopoderosos. Los admiramos y confiamos ciegamente en ellos, como si fueran seres perfectos.
Sin embargo, según vamos creciendo nos damos cuenta de que cometen errores, no lo saben todo, no están ahí siempre que los necesitamos. Entonces comenzamos a bajarlos del pedestal donde los teníamos y una sensación de rabia, de odio incluso, nace en nuestro interior. Les culpamos por lo que consideramos que no han hecho bien, por habernos dado cuenta de que en realidad estamos solos. Y eso duele, pero es un dolor necesario, una toma de conciencia que nos permite avanzar, madurar y crecer saludablemente.
En esa evolución vamos percibiendo que nuestros padres son ante todo personas, por tanto, unas veces aciertan y otras se equivocan. Son humanos con virtudes, pero también con limitaciones y debilidades. En ese sentido, Demián Bucay, médico y terapeuta gestáltico, afirma:

<<si yo creo que mis padres lo sabían y podían todo, cada vez que me encuentre con una carencia en mi educación, un hábito que no me sirve o un mandato nocivo, concluiré que mis padres pudieron hacer otra cosa y no la hicieron. Me diré: “no quisieron hacerlo mejor” o “no quisieron lo mejor para mí”. Y esto en ocasiones conduce a pensar: “Entonces es que no me querían lo suficiente”. Y esta conclusión, a su vez, es muy diferente a pensar: “Lo hicieron lo mejor que pudieron” o “Quisieron, lo intentaron, pero con algunas cosas no pudieron”.>>
Por tanto, una de nuestras tareas como hijos consiste en identificar cuáles son las limitaciones de nuestros padres para decidir qué vamos a hacer con ellas y plantearnos qué aprendizajes podemos extraer. Posiblemente, uno de los primeros esté relacionado con este pensamiento: “cuando yo sea padre/madre, no cometeré los mismos errores”.

Si te sientes reconocido en esta afirmación, es el momento de realizar otro aprendizaje: somos lo que somos, en parte, gracias a nuestros padres, a sus aciertos y a sus errores. Necesitamos aceptarlos tal como son, amarlos y agradecerles todo lo que hacen, e incluso lo que no hacen, por nosotros.
De ahí que me parezcan muy acertadas las reflexiones de Eva Bach, pedagoga y especialista en desarrollo personal e inteligencia emocional. Por ejemplo: “Para crecer y madurar, lo acertado y lo correcto no son suficientes. También lo equivocado y lo imperfecto es necesario a veces”. “Nuestros padres hicieron lo mejor que supieron, acorde con los tiempos que les tocó vivir”.
En vez de quejarnos y culpabilizar a nuestros progenitores, reconozcamos lo bueno que hemos recibido de ellos; mejoremos lo que se puede mejorar, desde la sencillez y la humildad. Y cuando nosotros nos convirtamos en padres, ofrezcamos a nuestros hijos todo aquello que, con mayor o menor acierto, hemos recibido de los nuestros y que nos ha permitido vivir con sabiduría.